25/9/12

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En Galicia, la independencia, sólo la piden algunas de las paredes más escondidas del país. Entre otras cosas porque las mejores paredes no admiten ninguna guarrería, sea de carácter político u otra. Se pintan una y otra vez de blanco, de pura inocencia. El gallego, un ser absolutamente pragmático a primera vista, muy atado a su estómago y quizá todavía con el recuerdo ancestral de la miseria y la hambruna, no se plantea otros vicios que los que le pide el cuerpo. En realidad el cuerpo le pide locuras, pero no se deja llevar porque aquí es muy fácil perderse, rodeado de tanta nube y tanto goterón. Hay un misticismo también en la bruma, y mucho más peligroso que el de secano. Nuestra bruma ha dado grandes poetas y grandes criminales, incluso hasta dictadores imperecederos, o casi.

De todas formas, la falta de romanticismo político en el gallego es decepcionante para cualquier historiador. El gallego medio (ese señor sin rostro, pero sin duda mayor) ha desconfiado por encima de todo de los salvadores de la patria y en general de cualquiera que le pintase un paraíso al alcance de la mano. Es un escéptico, desconfía de los profetas, aunque no de las brujas, muy necesarias. Las brujas son el enlace con los fallecidos, por temas de herencias, mayormente. Por eso el catolicismo ha calado sólo superficialmente; se cree en Dios por educación, y la religión no es más que un tratado de las buenas formas. En el asunto público el gallego ha mostrado casi siempre un conservadurismo perfecto, desconfiado, casi panteísta. La oveja es propiedad, compañera, amante si acaso, y futuro alimento. Supongo que el nacionalismo vasco, catalán y gallego han basado sus postulados en la sospecha de que sus ciudadanos sólo podrán llegar a ser españoles de segunda. La cosa viene de lejos y es cierto que España nunca se ha mirado el ombligo en ninguna de las llamadas nacionalidades históricas. Se trata de españoles con cierta minusvalía de origen. El acento, el pecado original. Pero no nos acomplejemos, entre la eterna llorera catalana por no sé qué expolio, la boina vasca como epicentro intelectual del universo y la supuesta gracia andaluza, más nos vale emigrar lejos o al menos chuparle las cabezas a las gambas con la televisión apagada.

Foto de Junku Nishimura. Japón no es Galicia, pero casi.

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